De que tratan las 3 novelas románticas más recientes del 2020

Estas 3 novelas románticas tienen amor oculto tras una amistad, una historia de amor envuelto en peligro, y humor junto a nuevas experiencias.

Totalmente recomendadas pata amantes de las novelas románticas modernas y enganchadoras.

 

Toda la verdad de mis mentiras, por Elísabet Benavent.

¿Puede mantenerse una amistad a pesar de las mentiras?

Una despedida de soltera en autocaravana.

Un grupo de amigos…

…y muchos secretos.

Elísabet Benavent, @Betacoqueta, con 1.200.000 de ejemplares vendidos vuelve con una novela original, una propuesta diferente que aborda las contradicciones de un grupo de amigos que se ve obligado a mentir para dejar de sentir.

Un road trip divertido, surrealista, donde todo puede suceder. Una aventura en carretera que habla de la verdad que se esconde detrás de todas las mentiras.

Lee un fragmento de Toda la verdad de mis mentiras, por Elísabet Benavent

“Toda historia puede contarse de tres modos: el rápido, el medio y el largo. Como en la vida misma, el formato que escojas dice mucho de todo aquello que prefieres callar. Y no hay mentira más grande que aquella que te ocultas a ti mismo.

Podría coger el camino sencillo y contarlo sin florituras: estoy enamorada hasta las trancas de mi mejor amigo, con el que comparto piso y que es el ex de otra de mis mejores amigas. Mi apellido podría ser «Complicaciones» en lugar de Martínez porque, total, me define más. Para ilustrar un poco la versión corta de la historia, podría confesar que a veces le digo a mi amiga Aroa cosas como: «Ay, Aroa, con lo raro que es…, ¿en serio que volverías con él?». Y mejor no cuento la cantidad de veces que me invento delante de ella lo exasperante que es vivir con él. Solo son pequeños pecadillos, ¿verdad que sí?

El amor nos vuelve crueles y yo vivo en una constante lucha con Coco, el monstruo de las galletas de amor no correspondido.

Si escogiera el modo intermedio para explicar lo que me ha traído hasta aquí, debería añadir que la vida es complicada y que cada decisión suele venir respaldada por nuestra propia verdad, que no tiene por qué ser la de los demás, aunque eso me suena a justificación hasta a mí. A ver…, me enamoré de Marín sin querer y aunque eso debería liberarme de la culpa…, olvídate. Me enamoré del novio de mi amiga (cuando aún eran novios), estropeé mi tranquila convivencia con un tío diez y me he convertido en una especie de cajita de Pandora versión mentirosa compulsiva. Pero… ¿qué espera el cosmos que haga? Solo miento en un intento de no precipitar el Apocalipsis dentro de un grupo de amigos que no sé si soportaría lo que vendría después de mi confesión.

Sin embargo, aunque esta versión está más cerca de lo puñetera que es la vida, el camino más sincero, completo y real para contar esta historia empezaría con un sencillo: conocí a Marín en un bar.

Enamorarse de él no fue el inicio sino solo la consecuencia de aquel encuentro porque, no es por quitarme mérito en esta cagada majestuosa, es que Marín es uno de ESOS chicos, hombres o como quiera Dios que se tenga que llamar a un tío de treinta años. Es uno de ESOS, un rara avis, de los que no te puedes creer que sean de verdad. ¿Crees que estoy exagerando? Bien, juzga por ti misma: Marín es tenaz. Es sincero. Es educado rozando lo british. Es caótico pero brillante. Es un melómano que tiene la canción adecuada para cada momento. Tiene ese estilo inimitable de las personas que han nacido con el don de la elegancia. Cuando sonríe, se hace de noche en algún punto del mundo. Es divertido, buen hermano, buen compañero de piso. Triple tirabuzón: es guapo…, tan guapo que sus amigos suelen bromear diciendo que si le pones un poco de maquillaje, es guapa.

Es buen amante (a juzgar por los «Dios, Marín, no pares, ahí, justo ahí, sigue haciendo eso…, ¡la puta! ¡¡Qué gusto!!» que salían de su dormitorio cuando Aroa aún era su novia), buen amigo, buen conversador. Un reto de la naturaleza por superarse a sí misma. Un chico que podría haberse lamentado toda la vida por la mala suerte de haber tenido una madre con alcoholismo que nunca se ocupó de él ni de su hermana (a la que crio su tía… Él no tuvo tanta suerte) y por pertenecer a una familia con recursos económicos muy limitados. Pero no. Porque es Marín, claro, y él se puso sus vaqueritos rotos, su camiseta blanca y le demostró a todo el mundo que a lo mejor no siempre que uno quiere puede, pero la actitud y el trabajo duro ayudan y mucho.

Así que, bueno, lo conocí en un bar y una semana después estaba llevando todas mis pertenencias a su casa, porque a mí se me acababa el contrato en mi cuchitril, estaba harta de vivir sola, él tenía alquilado un piso precioso en mi calle preferida de Malasaña (lo suficientemente céntrica pero tranquila) y a un estudiante de Erasmus belga vaciando su habitación. Desde el día que me invitó a una cerveza en su cocina, sentí que aquella era mi casa. Mi refugio en el mundo. El motivo por el que mi madre se pasó un año temiendo que Marín fuera el atractivo líder de una secta (que se inventó que se llamaría «los Marinianos») y que yo terminara creyendo que él era el nuevo Mesías. Mi madre es un personaje aparte…

Sus amigos se convirtieron en mis amigos. Mis amigos, en los suyos. Pasaron los años. El piso se llenó de cactus, plantas que sobrevivían mágicamente a nuestras pésimas atenciones, láminas con ilustraciones enmarcadas y una pared del pasillo bautizada como «the wall of fame» donde colgábamos las caricaturas que todos nuestros amigos, conocidos y personas random que pasaban por casa dibujaban de los dos. Fuimos creciendo. Eso fue lo más bonito de todo. Crecer como persona junto a él y también como profesionales bajo el apoyo, abrazo y confianza incondicional del otro. Cuando llegué a su piso, yo no ganaba un mal sueldo, pero estaba un pelín asqueada de la casa de subastas donde trabajaba y echaba más horas que el sol; él estaba terminando sus estudios y trabajaba de camarero…, así que nuestra nevera solía mostrar un paisaje desolador compuesto por unas cervezas baratujas para mí, medio limón y como mucho cuatro yogures por los que nos pegábamos al volver de «dar una vuelta»…, o lo que es lo mismo, cuando olvidábamos que éramos mileuristas y regresábamos de gastarnos los cuartos en alcohol (yo) y en trozos de pizza (él). Ahora que lo pienso, echo de menos cuando Marín comía pizza recalentada a las cinco de la mañana. Pero ahora que él ha conseguido su trabajo soñado (bueno…, ha conseguido meter la cabeza en una gran discográfica como responsable de «producto» de un par de grupos y artistas emergentes) y yo puedo permitirme el lujo de vender cuadros por cantidades de muchos ceros, el piso, además de seguir precioso, cuenta con una nevera llena de botellines de Alhambra especial, mascarillas para la piel fatigada (duermo poco) y comida de la que hace feliz. Porque desde hace un par de años Marín trata a su cuerpo como un templo: además de no fumar y no beber, no come mierda procesada y…, adivina, por su último cumpleaños me pidió una panificadora. No es que sea un hacha en la cocina, pero lo intenta con todas sus fuerzas…, como todo en la vida porque, querida, Marín no sabe hacer nada a medias. Y desde entonces yo desayuno pan casero de centeno y avena.

¿Te has enamorado ya un poco de él? Espera, te falta información, tienes que entenderme: en la cocina de casa hay una pizarra donde nos dejamos mensajes cuando no nos vemos mucho por cuestiones de trabajo. Una vez escribió que se había dado cuenta de que la felicidad era el recuento de cada rato en casa, viendo ondear la cortina del salón con la brisa de la calle. «Esa es la imagen que me viene a la cabeza si pienso en ser feliz. Nuestra casa».

No. No está enamorado de mí. Después de esa preciosa declaración, añadió: «Vivir con tu mejor amiga: acierto». Qué suerte la mía…”

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Una pasión arriesgada, por Jodi Ellen Malpas

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Hannah Bright ha conseguido encontrar un lugar para esconderse de su pasado, en la tranquila localidad de Hampton, aunque la paz que necesita se ve interrumpida cuando conoce a Ryan Willis. Tan increíblemente guapo como sexy, Ryan es exactamente el tipo de hombre que Hannah necesita evitar…

Mientras reconsidera su carrera en la seguridad privada, Ryan permanece en casa tratando de replantear su futuro. Conocer a Hannah definitivamente no es parte de ese plan, pero su atracción es innegable y Ryan no puede resistirse a ella. Pero Hannah tiene un secreto peligroso, y Ryan no se detendrá hasta que descubra lo que está escondiendo. Nada lo prepara para lo que descubre.

¿Podrá Ryan mantener a Hannah a salvo? ¿O su pasado destruirá cualquier oportunidad que pudieran tener de un futuro juntos?

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“Algo va mal. Hace ya diez años que abandoné el MI5, pero mi sexto sentido sigue tan en forma como siempre. Es como una especie de detector de peligro y, ahora mismo, estoy detectando peligro. Siento un cosquilleo en la piel y la adrenalina empieza a circular por mis venas.

Echo un vistazo alrededor de la casa de nuestra clienta pero no veo nada fuera de lo normal. No ha sucedido nada fuera de lo normal desde que la agencia de seguridad para la que trabajo aceptó el caso hace dos semanas. Nuestra clienta, una modelo canadiense con un acosador muy entregado, está a punto de salir en dirección al aeropuerto con su hija de seis años. Encontrarnos con una amenaza justo ahora sería casi una broma.

Mi compañero Jake también está tenso. Con los hombros contraídos, examina la calle al otro lado de la valla de hierro que separa la casa del resto de Londres. Él guarda silencio; yo, también.

—Eh, Jake —lo llamo al ver que se aparta de la verja y, a grandes zancadas, se dirige hacia la puerta, donde estoy yo, caminando lentamente de espaldas.

—Hay un Audi negro en la acera de enfrente —me dice, consultando el móvil—. Cristales tintados. Lleva ahí más de una hora y el conductor no ha bajado.

Joder. Lo sabía.

—¿Has pedido información a Lucinda? —Me acerco a la verja para echar un vistazo y veo el RS 7 aparcado a unos metros, con la ventanilla del pasajero un poco bajada.

—La matrícula es falsa. —Jack confirma mis temores.

Miro a un lado y al otro, fingiendo indiferencia.

—Y yo que pensaba que iba a ser un trabajo fácil. —Me aparto de la verja sintiendo la presión de la Heckler en la parte baja de la espalda. Mierda, llevo años sin desenfundarla. Sí, han sido diez años de trabajo aburrido, pero aburrido es sinónimo de seguro; aburrido significa que puedo volver a mi casa de Hampton.

Jake mira por encima del hombro cuando la puerta se abre y nuestra clienta sale con su hija.

—Señora Warren, va a tener que quedarse dentro de casa unos minutos más —le pide mi colega, muy serio.

Ella parpadea sorprendida.

—Pero es que el avión sale dentro de dos horas —protesta, y su voz adquiere un matiz de miedo mientras inspecciona la calle—. ¿Hay algún problema?

—De momento métanse en casa, por favor —pide Jake en voz baja. Le da la mano a la pequeña y la conduce de vuelta junto a su madre.

La señora Warren me mira a mí y mira a Jake, buscando una respuesta. Abre la boca, pero cambia de idea. Se agacha frente a su hija y le dice:

—Cariño, creo que me he dejado a Paddington en el sofá.

¿Por qué no vas a buscarlo?

—Vale. —Cuando la niña sale corriendo hacia el salón, la señora Warren se vuelve hacia nosotros—. Por favor, díganme qué pasa.

—Hay un vehículo no identificado al otro lado de la calle y tenemos que comprobar un par de cosas —le explico.

Ella contiene el aliento y abre mucho los ojos.

—Dios mío, es él.

Miro a Jake, preguntándome si él siente lo mismo que yo.

—¿Se refiere a su acosador? —pregunta mi colega, lo que me confirma que él también sospecha algo.

Ella pestañea rápidamente y se aparta el pelo de la cara con las manos temblorosas.

—Sí —responde, desviando la mirada.

No logro callarme las sospechas y le pregunto:

—Señora Warren, ¿hay algo más que debamos saber?

—No tengo ningún acosador —responde en un susurro, y cuando logra volver a mirarnos a los ojos añade—: Es un exnovio que es un impresentable y que haría cualquier cosa por hacerme daño.

—¿Por qué? —pregunto sorprendido.

—Porque lo dejé.

—¿Cuál es su nombre? —le pregunta Jake, con el móvil en la mano.

Ella inspira hondo, preparándose para la confesión. Esto cada vez pinta peor.

—Corey Felton.

—¡¿Qué?! —exclamo, deseando haber oído mal. Jake maldice entre dientes y teclea con rabia—. ¿El traficante de drogas?

Ella asiente en silencio y se disculpa con la mirada. ¡Joder! A Corey Felton lo buscan en diez países por distintos delitos. Es escurridizo, intocable y, por el miedo que veo en los ojos de la señora Warren, tan desagradable como se rumorea.

—La policía se negó a ayudarme si no les proporcionaba información a cambio —se excusa—, pero yo sólo quiero volver a Canadá. Sé que hará lo que sea para detenerme —añade nerviosa, mirando hacia la verja.”

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¿Quién eres? Por Megan Maxwell

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Martina es profesora y se resiste a tener que comunicarse con las personas a través de una pantalla, algo que se está poniendo muy de moda en la España de los noventa. Los chats atraen a todo el mundo, pero, sin duda, comienzan a ser una gran fuente de problemas.

Y justo eso es lo que se encuentra Martina cuando, animada por unos amigos, acepta que entre en su casa, en su salón y en su vida su primer ordenador. Chats, amigos, risas, noches interminables de diversión…

Todo se vuelve idílico cuando una persona de ese nuevo mundo, a quien ni ha visto nunca ni conoce, llama su atención, y su sola presencia a través de la pantalla la atrae cada vez más.

Sin embargo, de pronto alguien la persigue y acosa, y empieza a tener miedo, sobre todo porque no tiene manera de averiguar si pertenece a la vida real o a la virtual.

No te pierdas esta nueva novela de Megan Maxwell con la que, además de disfrutar de una bonita historia de amor, podrás sentir, a través de Martina, miedo, frustración y valentía.

Lee un fragmento de ¿Quién eres?, por Megan Maxwell

“—En serio, María, no sé cómo mis padres siguen creyendo a mi hermana Julia, pero el caso es que, les cuente lo que les cuente, ¡la creen siempre!

—La colega se lo monta bien y miente aún mejor.

—¿Que si miente bien? —Se mofó Martina pensando en su hermana—. Julia se está haciendo una profesional de la mentira. A mí…, es que… es que me deja sin palabras, pero eso sí, luego, cuando la lía, ¿a quién acude siempre?

—A ti…, porque para eso eres la pringada de su hermana.

—¡Maríaaaaaaa!

—Ehhhh… Yo soy sincera y digo la verdad. No te enfades.

Martina y María, que eran amigas desde hacía años, caminaban por una céntrica calle de Madrid hablando de sus cosas.

—No me enfado, y no te voy a quitar la razón —aseguró Martina—. Soy una pringada y mi hermana se lo monta muy bien.

—¡Pero que muy bien!

Ambas rieron por aquello, y María, deseosa de cambiar de tema, miró a su amiga y propuso:

—¿Qué te parece si esta noche nos vamos de fiesta?

—Imposible.

—¿Imposible?

—Sí —afirmó Martina.

—¿Por qué?

Martina lo pensó rápidamente. La verdad era que no tenía nada que hacer, pero no le apetecía salir, y, antes de que pudiera responder, María contraatacó.

—¿Pretendes meterte en el sobre a las diez de la noche un viernes? ¡Pero serás abuela!

Martina resopló, ¡ya empezaba!, y su amiga insistió:

—Tengo entradas para una fiesta muy chula que da un servidor de informática y las vamos a aprovechar sí o sí.

—Maríaaaaaaaaaaaaaaa…

Divertida, ésta cogió del brazo a su amiga y pidió:

—Va, petarda, no seas aburrida y vayamos a esa fiesta juntas.

Martina sonrió al oírla. Aquel tipo de fiestas tan tecnológicas y con tanto listillo que entendía de informática no eran lo suyo.

A pesar de ser profesora de niños pequeños, ella se resistía a informatizarse. Sabía lo justo de ordenadores, y aunque era consciente de que luchaba contra un imposible, era de las que seguían prefiriendo apuntar con bolígrafo en un papel las cosas y, por supuesto, ignorar esos chats de ligar que tan populares se habían vuelto en internet. Todo lo contrario de María, a la que le encantaban.

—Vamos, tronca.

—¡No soy tu tronca!

—Quizá conozcas a alguien interesante. ¡Nunca se sabe!

Martina sonrió. Interesante…, interesante, dudaba que encontrara nada, y musitó:

—Lo pensaré.

—¡Nanay de la China!

—Maríaaaaaaaaaa…

—Mira, tronca, ¡tú te vienes!

—¡Te he dicho que no soy tu tronca!

—Vale, colega, pues eres mi cortarrollos.

Martina rio divertida. María era ¡María! Ella y su particular manera de hablar siempre le habían hecho mucha gracia, y para picarla respondió:

—Mira que eres macarra hablando.

María resopló. Adoraba a su amiga. La quería una barbaridad, pero su negatividad y sus miedos después de lo que le ocurrió a su novio tiempo atrás no le permitían avanzar.

Martina era guapa, joven, lista, simpática. Tenía todos los ingredientes necesarios para ser feliz, pero se negaba a darse la oportunidad de conocer de nuevo a alguien interesante y, como le había confesado en alguna ocasión, para ella el amor se había marchado con su ex.

Ambas amigas se miraron. Se conocían muy bien. En la mayoría de las ocasiones una simple mirada lo decía todo entre ellas, y María soltó suspirando:

—Como siempre te digo, tu felicidad comienza donde terminan tus miedos.

—No empecemos. —Martina sonrió.

María protestó. Veía en su amiga las ganas de llegar a casa, ponerse el pijama, prepararse algo de cena y tirarse en el sofá junto a su perro para ver algún aburrido concurso de la televisión o garabatear en el supuesto libro que estaba escribiendo para sí misma.

¡Planazo!

Pero no, esa noche no iba a consentirlo…”

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