¿Quién es Carmen Mola?
Carmen Mola es un seudónimo; la autora nacida en Madrid, ha decidido permanecer en el anonimato. Por lo que la crítica la ha llamado “la Elena Ferrante española”.
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“Es una de las autoras más leídas de España. También de las que menos sabemos. Ni siquiera estamos seguros de que Carmen Mola sea una mujer. Si de la Elena Ferrante española depende, su identidad seguirá siendo un misterio que ni siquiera la protagonista de sus libros, la detective Elena Blanco, podría resolver”.
Manu Piñon – Mujer Hoy.
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Con su primera novela La novia gitana, inauguró en 2018 la serie protagonizada por la inspectora Elena Blanco, que se ha convertido en un fenómeno de ventas y de crítica, ha sido traducida en diez países y será adaptada para una serie de televisión.
La Red Púrpura publicada en 2019 es la segunda entrega y la nena, su más reciente libro publicado en abril de este año.
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“Lo más llamativo en torno a la elusiva Carmen Mola es que a (casi) nadie le importa un ardite quién se esconda tras ese seudónimo; lo único que de verdad cuenta es que siga publicando novelas. […] Sea quien sea, Mola se ha superado a sí mismo/a.”
Manuel Rodríguez Rivero, Babelia (El País).
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De qué trata el libro “La novia gitana”, Inspectora Elena Blanco 1
En “La novia gitana” la inspectora de homicidios de la Brigada de Análisis de Casos (BAC) Elena Blanco, está encargada del caso de Susana Macaya, una joven de raíces gitanas que desaparece en su despedida de soltera.
Susana, criada como paya a pesar de tener padre gitano, sufre un espeluznante ritual de secuestro que ya padeció Lara, su hermana, siete años atrás y que acabó con su muerte cuando se disponía a casarse.
Sinopsis
Fecha de publicación: Mayo, 2018
Páginas: 408
La novela policíaca más revulsiva de la literatura española.
“¡Poderosa, original y adictiva! Una nueva voz con un increíble potencial, que recuerda a Dolores Redondo, Pierre Lemaitre y Luca D’Andrea.”
Sander Knol, editor de La novia gitana en Holanda.
«En Madrid se mata poco», le decía al joven subinspector Ángel Zárate su mentor en la policía; «pero cuando se mata, no tiene nada que envidiarle a ninguna ciudad del mundo», podría añadir la inspectora Elena Blanco, jefa de la Brigada de Análisis de Casos, un departamento creado para resolver los crímenes más complicados y abyectos.
Susana Macaya, de padre gitano pero educada como paya, desaparece tras su fiesta de despedida de soltera. El cadáver es encontrado dos días después en la Quinta de Vista Alegre del madrileño barrio de Carabanchel. Podría tratarse de un asesinato más, si no fuera por el hecho de que la víctima ha sido torturada siguiendo un ritual insólito y atroz, y de que su hermana Lara sufrió idéntica suerte siete años atrás, también en vísperas de su boda. El asesino de Lara cumple condena desde entonces, por lo que solo caben dos posibilidades: o alguien ha imitado sus métodos para matar a la hermana pequeña, o hay un inocente encarcelado.
Por eso el comisario Rentero ha decidido apartar a Zárate del caso y encargárselo a la veterana Blanco, una mujer peculiar y solitaria, amante de la grappa, el karaoke, los coches de coleccionista y las relaciones sexuales en todoterrenos. Una policía vulnerable, que se mantiene en el cuerpo para no olvidar que en su vida existe un caso pendiente, que no ha podido cerrar.
Investigar a una persona implica conocerla, descubrir sus secretos y contradicciones, su historia. En el caso de Lara y Susana, Elena Blanco debe asomarse a la vida de unos gitanos que han renunciado a sus costumbres para integrarse en la sociedad y a la de otros que no se lo perdonan, y levantar cada velo para descubrir quién pudo vengarse con tanta saña de ambas novias gitanas.
Lee un fragmento del libro “La novia gitana”
“Al principio parece un juego. Alguien ha encerrado al niño en un lugar oscuro y él tiene que intentar salir de allí por sus propios medios. Lo primero sería encontrar el interruptor de la luz, pero el niño no lo busca porque piensa que la puerta se va a abrir en cualquier momento.
La puerta no se abre.
También puede ser un concurso de resistencia, gana el que pasa más tiempo en silencio, el que no pide ayuda. El niño pega la oreja a la puerta de madera, desportillada. Oye un ruido ensordecedor, una moto que arranca y se aleja. Entonces comprende que está solo. Si empezara a gritar, notaría el eco de su voz en ese espacio lóbrego, lleno de polvo y humedad; pero está tan asustado que no le sale ni el llanto.
Ahora sí tiene que encontrar el interruptor de la luz. Tantea la pared. Evita los obstáculos, despacio, para no caerse. Hay una bombilla en el techo, tiene que haberla. La habitación cuenta con una ventana estrecha y alargada, en la parte superior de la pared, pero el sol se ha puesto hace una hora y ya solo quedan las primeras sombras de la noche.
No sabe por qué lo han encerrado.
En sus pasos de sonámbulo por la oscuridad tropieza con lo que parece una lavadora. Podría probar a ver si funciona, por lo menos le acompañaría el ruido del agua dando vueltas en el tambor; pero no lo hace. Sigue explorando el lugar, acariciando la pared con una mano, como un ciego. Quiere encontrar el interruptor, pero sus dedos golpean el mango de una herramienta. Es una pala que cae al suelo con estrépito.
El niño rompe a llorar y tarda un poco más de la cuenta en oír un gruñido sordo que proviene de un rincón. No está solo. Hay un animal escondido; no es la primera vez que lo escucha, sabe que por las noches ronda la zona: sus gemidos, sus aullidos son tan fuertes que ha llegado a pensar que era un lobo. Es solo un perro que se ha colado en la nave que hay en la finca, la que se ve desde la ventana de su habitación y a la que nunca le han dejado entrar. Es allí donde lo han encerrado, en la nave prohibida, por eso no reconoce el espacio y no es capaz de manejarse en la oscuridad.
Casi puede ver dos puntitos luminosos en la negrura del fondo. Retrocede por puro instinto. Tiene la impresión de que los puntitos luminosos avanzan hacia él, pero no sabe si es el miedo el que crea esa imagen. No es posible que únicamente se vean dos pequeños destellos. Y, de pronto, deja de verlos. Ahora siente un dolor intenso, agudo, en la pierna. El animal le está mordiendo.
El niño usa las dos manos para apartarlo de su cuerpo. Nota un nuevo ataque y aparta la cara del animal con el pie. Las patadas y los manotazos lo hacen recular. El niño oye jadeos y después nada. No se escucha nada y el silencio le parece mucho más aterrador.
Con sigilo retrocede hasta la puerta, preparado para contener el ataque, si al perro le da por lanzarse de nuevo, y al hacerlo su mano encuentra el interruptor de la luz.
Le parece increíble no haberlo localizado antes, pero por alguna razón se saltó justo esa parte de la pared.
Una bombilla torcida cuelga del techo. Ilumina lo suficiente como para comprender que la nave es un almacén de cajas con mantas viejas, cintas de casete, libros, herramientas de labranza, una lavadora, una bicicleta oxidada con una sola rueda y unos cuantos trastos más.
El perro está debajo de una pila con un grifo, un pequeño lavabo. Es un perro callejero al que le falta una pata.
Sin apartar la vista del animal, el niño coge la pala que encontró antes, la que cayó al suelo. El perro gruñe. El niño levanta la pala. Le sorprende ser capaz de manejar ese peso con tanta desenvoltura. Debe de ser el instinto de supervivencia, algo le ha insinuado que en ese encierro no pueden convivir los dos.
El animal se incorpora y cojea lastimosamente hasta el niño. Lo hace de un modo tan remolón que no resulta amenazador. Pero luego empieza a morderle el tobillo como si fuera un hueso al que hay que sacarle hasta la última gota de tuétano. El niño descarga un palazo y el animal se desploma con un leve gañido. Golpea la cabeza del perro varias veces, hasta que ya no puede con el peso de la herramienta. Se sienta en el suelo y se pone a llorar.
Le duele el tobillo, tiene marcados los dientes del animal. También tiene el zapato manchado de sangre. Se lo quita y descubre la herida que el perro le hizo en su primer ataque. Con el miedo ni siquiera se había dado cuenta.
Entonces se va la luz.
El eco duplica los jadeos del niño y él se obliga a contenerlos para ver si es el perro el que respira; pero no es así. El perro está muerto”
Capítulo 1
—¡Su-sa-na!, ¡Su-sa-na!, ¡Su-sa-na!
Las amigas de Susana gritan, aplauden, bailan entusiasmadas, igual que han hecho las de las otras quince o veinte novias que han coincidido hoy, viernes, en el Very Bad Boys, en la calle Orense. Ni un solo hombre entre el público, todo mujeres, celebrando despedidas de soltera o reuniones de amigas; unas se han puesto ridículas diademas con pollas en la frente; otras, bandas de miss cruzando el pecho con el nombre de la homenajeada; un grupo lleva camisetas con la foto de la futura esposa… Las amigas de Susana han sido discretas dentro de lo que cabe: solo tienen tutús rosas de bailarina alrededor de la cintura.
—¡Su-sa-na!, ¡Su-sa-na!, ¡Su-sa-na!
Susana llevaba rato temiendo el momento en que le tocara a ella ser el centro de atención y este ha llegado. Le han correspondido dos bailarines, uno rubio con aspecto de sueco, un vikingo; otro mulato, parece brasileño. Los dos empezaron vestidos de policías, aunque ahora estén casi desnudos, los dos son muy atractivos, de pechos amplios y piernas fuertes, musculados, con el pelo afeitado en los lados de la cabeza y más largo por arriba, depilados por completo y con la piel brillante por el aceite que deben de haberse untado antes de salir a actuar… Solo les queda puesto un pequeño tanga, rojo el del mulato y blanco el del vikingo. Susana teme que le pidan que se los quite con los dientes, como han hecho varias de las novias que la han precedido en el escenario. Si su padre la viera… Por cosas así siente tanta ira hacia ella.
—No te preocupes, no te vamos a hacer nada —le susurra el mulato, tranquilizador, en buen castellano.
Susana no ha acertado, no es brasileño, es cubano.
Está sobre el pequeño escenario, la música es ensordecedora y la han sentado en una silla; los dos bailarines se alternan sobre ella, rozándola con sus genitales, bailando a su alrededor, pasando las manos por todo su cuerpo. Al entrar en el local, todas las invitadas hicieron la misma promesa: «lo que pasa en el Very Bad Boys se queda en el Very Bad Boys», ninguna de sus amigas contará lo que haya ocurrido allí a nadie, mucho menos a Raúl, el que dentro de un par de semanas va a ser su esposo. Está segura de que no va a acabar como una de las novias de antes, la del grupo de las pollas en la frente, se llamaba Rocío: todas pudieron ver cómo uno de los bailarines que la sacaron al escenario —uno vestido de bombero— se ponía nata montada sobre su órgano sexual y ella le pasaba la lengua a lo largo para retirarla, hasta que lo dejó completamente limpio para delirio de sus acompañantes. Ella no va a hacer eso, por mucho que nadie vaya a contarlo. Aunque las amigas la llamen reprimida, como han hecho siempre. Ellas la consideran una beata y su padre, poco más que una zorra, pero no es ni una cosa ni la otra.
No puede ver a sus compañeras, pero las imagina a todas gritando y riendo, a todas menos a una, Cintia. Después tendrá que hablar con ella, recordarle que esto no significa nada, que solo está haciendo lo que todo el mundo espera de una novia en su despedida de soltera.
El mulato cumple su palabra y ni él ni el sueco la ponen en la tesitura de hacer algo que no quiera o de negarse y cortar la diversión de todas. Supone que el vikingo y el cubano ven decenas de novias cada semana y saben hasta dónde pueden llegar con cada una en cuanto la miran. Bailan, terminan de desnudarse, se frotan un poco más contra ella y la ayudan a bajar del escenario, educados y respetuosos, pese al entorno.
Marta, la más lanzada de sus amigas, la que lo ha organizado todo y se empeñó en que Susana no podía casarse sin tener su despedida, le habla al oído.
—¿No te han propuesto que vayas al camerino?
—No.
—Eres una sosa, cuando yo me casé, después de la actuación, fui al camerino con el rubio que ha bailado contigo.
—¿Y qué hiciste?
—Imagínatelo… Eso mismo que estás pensando. Seguro que la tiene el doble de grande que Raúl, aunque a Raúl no se la he visto. La que iba antes que tú, la tal Rocío, se está tirando a sus dos bomberos y a tus dos policías, como si lo viera.
Susana no es así, no piensa follar con un bailarín de estriptis, por mucho que otras novias lo hagan o por mucho que lo hiciera hasta su amiga Marta; no le extraña que su matrimonio solo durara cinco meses. Mira alrededor, temerosa, no ve a la única del grupo que le interesa de verdad.
—¿Y Cintia?
—Se marchó cuando estabas arriba. ¿De dónde has sacado a una amiga tan aburrida?
Cintia es la única de las invitadas que no fue con ella al colegio, la distinta. Debería haber previsto que no congeniaría con las demás. Pero no podía no llamarla para la fiesta, no a ella; en todo caso, podía haber sido la única convidada. Lo que tenía que haber hecho son dos despedidas de soltera, una para Cintia y otra para el resto.”